Ahora sabes que todo merece la pena.
La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no están en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que llevaba libros a las horas de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que cargaba la mochila con El guardian entre el centeno o El Señor de los Anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía antes que ir a gritar al parque de atracciones. Que se enfrantaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que se había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quien era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo si no precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta, diferente.
Mírate ahora, tan lejos de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mazquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, de que la niña callada del banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera, con tus libros, con tus películas, con esos amigos que no sabes cuanto durarán y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
Y si no lo sabes te lo digo yo, amiga; no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.
Arturo Pérez-Reverte
Pdt:
por escribir lo que psiensa
sin pensar en lo que escribe.
Que gran entrada!
ResponderEliminarEstoy con lavidamisma, esta entrada es muy, muy grande :)
ResponderEliminarBeso parisino(h)
Sin duda este hombre tiene un don para la palabra y cada texto suyo te hace reflexionar, no importa el tema que trate.
ResponderEliminarUna entrada buenísima.
(¿Te importaría que un día la colgase de mi blog? Pondría un link directo aquí para promocionarte. Realmente me ha gustado)
Que hermosa entrada, no hay necesidad de decir más..
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ResponderEliminarUna pena que escribiendo cosas como estas, a veces se deje llevar por el fenómeno belen esteban y escriba la primera burrada que se le pase por la cabeza
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