26 jun 2010

Carta al desamor que se sale por la tangente.

Mis ganas de quererte y no quererte se quedan en empate.
Y es que, ahora mismo, se que nada de esto va a salirnos bien. Ni a ti ni a mi. Cada uno, por cierto, a un lado del abismo. En el fondo, es lo único que nos queda. Y, siendo sinceros, no puedo recomendarte que me quieras; no es sano. Te has enamorado mal, ¿sabes? Porque te has enamorado de mi.
Y es que, ¿esperas las cosas sencillas?
Con desquiciadas como yo, la vida se resume en dos extremos que, cuando se mezclan, estallan. Y no te aseguro que trocitos de ti, de tu corazón y de tu memoria, no se vean envueltos en tamaña dificultad; ya te reconstruiste una vez pero sabemos que no podrías volver a hacerlo.
Por eso, aunque ahora mismo me muera de ganas de quererte, de estar contigo, no puedo olvidarme de lo que sería mejor para ti, que viene resumido en estar lo más lejos posible de alguien que no se merece ni uno solo de tus suspiros, ni una sola de tus miradas, ni una sola de tus caricias.
Y, trsitemente -para mi más que para nadie- ese alguien soy yo.
A veces, los que queremos a alguien, -los amorosos, que dice Sabines- somos capaces de querer bien. Así, como yo quiero quererte para que, conmigo o sin mi, llegues a ser quien de verdad quieres ser.
De todas formas...




Hablamos despues, ¿si?
Cuando volvamos de París...

22 jun 2010

No hay invierno sin primavera, Héctor.

A Héctor le pesa la melancolía en los bolsillos cual nimia calderilla inservible. En su cabeza, las palabras se van transformando en notas, creando una melodía difusa que no es capaz de entender bien. Líneas que se dibujan y desdibujan, ya sabes. Paralelas sin pareja y contrabajos sin sentido. Se le llenan los ojos de recuerdos -a veces, no tan felices.- y ya no sabe que hacer.
Llueven tormentas y el frío cala hasta los huesos. Parece que las mariposas tardan en volver.
Pero, ¡eh!, es solo cuestion de tiempo.
Se merece que las cosas empiezen a salir bien.





(No hay invierno sin primavera!)

14 jun 2010

Michelle, ma belle...

Te imagino dormida, Michelle, con tu pelo de sol cubriendo la almohada. Imagino tu respiración tranquila, tu delgadez airada. Los ojos ciegos, la boca muda, el alma desnuda. Te imagino cansada, Michelle, cuando resoplas y pones esa cara que tanto me gusta, molesta porque sabes que lo hago a propósito. Y es que siempre, Michelle, siempre lo hago a propósito. Te imagino corriendo, Michelle, cazando mariposas una tarde de agosto, junto al río. Te imagino ligera, te imagino siendo aire, siendo niebla. Te imagino gris, blanca, negra. Azul cielo, rojo, verde, magenta. Te imagino con tu vestido blanco y tus ganas de fuego, Michelle. No puedo remediarlo.
Te imagino dibujando, pensando, leyendo. Te imagino mirando al infinito, mordiéndote los labios. Te imagino, Michelle, con los ojos llenos de lágrimas y la boca llena de sonrisas. Te imagino con hambre, con frío, con sueño. Te imagino contando estrellas y desdibujando sombras, disipando dudas. Te imagino dándome la mano en esas noches en las que la oscuridad me señala y, sonriendo, susurra que me va a comer. Te imagino bañada en el amanecer, cuando el azul del cielo deja de competir con la inmensidad de tus ojos.
Te imagino de miles de formas, Michelle. Imagino la suavidad de tu piel, la cicatriz de tu hombro, tus buenos días. Tus malas noches.
Pero abro los ojos y ya te has ido, Michelle.
Has dejado de existir, Michelle.
Y ya no puedo imaginarme contigo.


12 jun 2010

El farero.

Me desperté junto a él, estábamos juntos. Pegajosos, mojados, abrazados. Era todavía de día o era de nuevo de día. No lo sé. ¿Cuántas veces? No lo sé.
Y ¿quién es él realmente? No lo sé. Tiene el pelo negro y mientras me toca nunca se quita los guantes rojos.
Mi cuerpo es como un ojo por delante y por detrás. En cada poro, ampollas de placer. Se abren. Estallan. siento partes de mi cuerpo que no sabía que existían. No sabía que yo era tan honda ni que estaba tan vacía. Mi cántaro estaba ansioso de tu agua. Una y otra vez. Una y otra vez.
Los ojos cerrados.
Mi vacío eran inmenso, pero tu alma también.



Aunque seamos malditas.
Eugenia Rico.

8 jun 2010

Monstruos.



¡Y con eso basta!

2 jun 2010

De casualidades cinematográficas

Las cosas, a veces, si que son como en las películas.
Necesitabas que alguien apareciera y se llevara la monotonía que te empolvaba los cuellos de la camisa. Alguien a quien regalarle toda la tristeza que te pesaba en los bolsillos. Alguien con quien mirar la luna, alguien con quien huir a Siberia. Alguien, sin más. No te importaba que no fuera tu media naranja ni tu medio limón. No querías a una princesa en apuros, te bastaba con una bruja, aunque fuera la más mala del cuento. Ni boca de fresa ni ojos de cielo. Con que fuera de verdad, con eso valía. Con que supiera dar minimamente un abrazo, una caricia, un susurro... Con que te mirara a ti y solo a ti, eso era lo que querías, lo que buscabas, lo que necesitabas.
Desesperadamente.
Y entonces, llegué yo. Así de fácil, así de simple, solo por casualidad.
Tampoco soy especialista en estas cosas pero creo que, si lo intento, te puedo salvar la vida.
Dame tiempo.
Tú solo dame tiempo y te aseguro que, cuando menos te lo esperes, conseguiré quererte.
Y conseguirás quererme.
Y las cosas dejarán de irnos tan mal.

Nubes


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