28 ene 2010

Una de diablos.

Yo al Príncipe de las desdichas le conocí en Oxford Street.
Tenía la el pelo oscuro, la mirada negra y un tesoro entre las piernas.
Su piel sabía a canela y sus labios a cerveza y, mientras fumaba un cigarrillo cerraba los ojos, como en mitad del orgasmo más perfecto. Vestía con ropa tan negra que resplandecía mientras los rayos de sol conformaban su sombra. Caminaba como un gato. Algunas veces llegué a pensar que era un gato.
Te desnudaba con la mirada. Te desnudaba con los ojos de la misma forma en la que te desnuda con las manos; poco a poco y en silencio, haciéndote hervir por dentro, buscando los suspiros más ocultos en la parte más profunda.
Te devora. Te devora rápido, casi sin que te des cuenta.
Y, como no te has dado cuenta, luego siempre quieres más.
Pero, para entonces, el Príncipe de las desdichas ya se ha ido.
Te ha dejado con una cama deshecha y un corazón que ya no sabe como latir...



23 ene 2010

De lo relativo de ser princesa.




Las princesas no van por ahí llorando porque se les haya perdido un pendiente, ¡joder, estaríamos buenos entonces! Tampoco se pasan horas cepillandose el pelo ni pintandose las uñas ni buscando zapatitos de tacón ni faldas de tul; les vale con vaqueros y zapatillas machacadas. Tampoco se van a quedar sin dormir porque haya un guisante bajo el colchón, ni van a esperar a que un puto príncipe que solo quiere un lugar calntito donde meter la polla vaya a darles los buenos días. Que no son tontas. Todo lo contrario: para ser princesa hay que ser inteligente, porque ser guapa no es imprescindible pero ¿una princesa tonta? ¿Dónde se ha visto eso?
Para ser princesa hay que tener ganas y los huevos bien puestos. Hay que saber que mundo solo hay uno y que no necesitan más, que de nada les vale la imaginación si no son capaces de enfrentarse al día a día. Las princesas no sueñan con volar, hostia, dejemonos de tonterías. A ellas les gusta saber donde pisan para no tropezarse. Pesan más de cuarenta quilos y se comen el mundo porque lo que no te mata, te da vida. Vida. Vida. Vida. Las princesas aman la vida. Aman los días y las noches, el agua y la tierra. Aman las cosas que les rodean. Que no a las personas, aclaremos eso, que de imbéciles está el mundo lleno y ellas no son de las que pierden el tiempo en ese tipo de bobadas, como llorar porque alguien no las quiere. 
Ellas marcan el ritmo que quieren seguir y siguen el compás de sus latidos. Las ranas muy bonitas, pero mejor dejarlas en sus charcas y los castillos mejor de noventa metros, con luz y con agua corriente, que luego es muy complicado limpiar y, con esta crisis, nadie va a contratar servicio...
Se dedican a ser profesoras, médicos, escritoras, infirmáticas, músicos, enfermeras, historiadoras, guías turísticas... A lo que les salen de los cojones, vamos. Porque se lo curran y se esfuerzan por lo que de verdad quieren, que es ser ellas mismas y no encasillarse en tópicos que se inventó un paranoide desquiciado. 
Y en el amor... Pues bueno, que llegue cuando llegue. Las princesas no lo buscan, lo encuentran. Y entonces les dura para toda la vida. O no. Si quieren son un poco putas o un poco perras.

O un poco malas y un poco buenas.

Y es que, ¿quién decidió como tenía que ser una princesa?

22 ene 2010

Yo, que había decidido que me gustaba más vivir en silencio. Yo, que había cerrado cada uno de los bares que he llegado a conocer, que cerraré los que en un futuro conozca. Yo, hija de las ideas profanas, la que me había atrevido a cambiar soñar por sentir, a embriagarme en los sabores de mil y un licores, a ahogar mis penas en alcohol y mis victorias en chocolate. Yo, hija de la desdicha, ¿cuántas noches había pasado fuera de mi hogar, clamando al cielo por tiempos mejores entre esas cuatro paredes? ¿Cuánto había sufrido por lo que hacen los ojos que no ven cuando el corazón no siente? Yo, la que vivía de corcheas, de negras y de redonda, de acordes a medio tiempo, de claves sin acabar.Yo, la salvaje, la perdida, la que ya no tiente nada. ¿En cuántas camas había yacido, cuántos labios había besado, cuántos inviernos había conocido, cuántos corazones había destrozado? ¿Sabes quien era? ¿Lo sabes?
¿Sabes quien era yo antes de enamorarme de ti?
¿Lo sabes?
 ¿Lo sabes...?





16 ene 2010

A quien corresponda



     Me contentaba con amaestrarte 
entre los barrotes de mi cama.

Pero me olvidé 
de que tú eres muy perro 
y yo demasiado gata.




















Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!
¡No podía ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!
¡No podía ser!

Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No podía ser!


Gustavo Adolfo Becquer 

12 ene 2010

Yo también puedo ser tu sombra


Me encontré con el chico de las pestañas eternas sentado en esos escalones de piedra que han hecho en el río. Esos que siempre están fríos, más en estos días de invierno. No había ni un alma y es que, realmente, ¿a quien se le ocurre ir a pasar las horas muertas al lugar más frío de toda la ciudad? Suspiré al verle allí, aunque solo distinguiera su espalda que de tanto espiarle por los pasillos ya me la se de memoria. Por ahora no he hablado mucho del chico de las pestañas eternas, pero, a medida que pase el tiempo y me decida por hacerle un huequito más grande en mi vida, os daréis cuenta de que es una persona un tanto... especial. Realmente, ni siquiera puedo asegurar al 100% que sea una persona.
El caso es que me lo encontré allí mirando como fluía la corriente del río, viéndola llevarse las horas que le sobraban. Sonreía con esa cara de idiota que se le pone cuando está recordando algo que le gustó vivir. Como en esos casos no le gusta que le hablen, decidí dejarme caer a su lado como quien no quiere la cosa.
Tardó un rato en mirarme, en preocuparse por quien se había entado a su lado. Me encogí de hombros y él volvió a mirar el río.
-Una vez...-comenzó.-...una vez conocí a una chica...
Al chico de las pestañas hay que dejarle empezar la conversación siempre. Él es así. Si no, corres el riesgo de que no le apetezca hablar y te escupa fuego con su lengua de serpiente. El chico de las pestañas puede ser muy malo a veces.
-¿Tan fantástica como yo?-sonreí.
Me miró, arrugando la nariz.
-Era todo lo contrario a ti.
-Ahh...- como ya he dicho, él es taaaan amable...- Venga, cuéntame.
Y se le iluminaron los ojos. A mi, por iluminarle los ojos, me pueden pedir un cielo, que lo doi sin problemas.
-Fue cuando estaba en Estados Unidos...-comenzó.- En aquel instituto...Tenias que haberla visto, ¡tenías que haberla visto! Era la típica chica rubia de las películas americanas, la que les tiene a todos en la palma de su mano... Yo no podía dejar de mirarla. La veía sonreír y moverse como una gata. ¡Tenía ojos de gata! Esa mirada de: "si yo quisiera iba a comerte enterito, chavalín". Pero nunca quieren. Las chicas con mirada de gata nunca quieren comerte entero. Piensas: "joder, no voy a ser yo". Eso pensé yo cuando ella se acercaba. Eso pensé yo cuando me sonrió, cuando la tenía justo delante de mi, mirándome con esos ojos... Me dio la sensación de que ya había empezado a comerme antes de que yo me diera cuenta. El caso es que estamos allí, de pie en mitad del pasillo. Dijo algo que ni entendí, claro, solo podía sonreír como un imbécil... Arrancó una hoja de su cuaderno y garabateó algo..Después me lo dio. Me lo dio a mí, joder, a mi. Sentía que el corazón me iba a estallar. Es la clase de chicas que son el mejor polvo de tu vida, ¿sabes? ¡El mejor! El caso es que me da el papel y veo escritos unos números. ¿Era su número de móvil? Debajo, con esa letra redondita que tenéis todas las tías había escrito algo como "llámame cuando quieras, que me apetece ser un rato tu sombra". Y yo allí, de pie, aspirando su perfume mientras ella se iba. ¿Te lo imaginas? Aquella era una situación ya no de película, sino de libro... 
-¿Y luego?
-¿Luego, qué?
-¡Cuando la llamaste! ¿Cuándo va a hacer? Era de esas que te bajan los pantalones en el baño del cine y te sacan todo lo que no quieres tener dentro, ¿a que si?
Me miró de nuevo, sonriendo.
-No se. No llegué a llamarla.
-¿QUÉ? Después de todo lo que me has soltado... ¿no la llamaste? ¿Qué pasó? ¿Te entró miedo de tanta perfección o qué?
-No, nada de eso...
-¿Entonces?
-Ella...ella era todo lo contrario.
-¿Todo lo contrario que yo?
-Si... Eso la convirtió en todo lo contrario de lo que yo necesitaba.
Volvió a mirar al río, sin borrar aquella sonrisa inexplicable de su cara. Yo no sabía que hacer. El chico de las pestañas eternas tiene ese extraño poder.
Finalmente cogí una piedra y la tiré haciendo onditas en el agua.
-Mejor- respondí.- Seguro que a mi se me da mejor que a esa ser tu sombra.

7 ene 2010

-Necesito una Jam Session...
-No, lo que necesitas es un buen polvo.
-¿Qué se siente?
-¿Qué se siente cuando?
-Cuando te das cuenta de que realmente deseo que te mueras. Con todas mis fuerzas además.
-Bueno...en realidad no está tan mal, ¿sabes?
-¿Por qué? ¿Tan poco te importa todo ya?
-No, claro que no, cariño, no es eso...
-¿Entonces?
-Bueno, digamos que si me odias, te obligas a pensar en mi y a decirmelo, a mirarme, a gritarme, a estar pendiente de mi y, de alguna manera, a atarte a mi, porque soy el único al que odias con tanta fuerza, con tanta...llamemoslo "pasión"¿podemos llamarlo así, no?... Si lo piensas, es igual, reune los mismos ingredientes...En el fondo es como amar, ¿no?
-Si, solo que al revés.
-Solo que al revés, claro... 

5 ene 2010

Los amorosos - Jaime Sabines

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.




4 ene 2010

Restos del sábado.

"¿Qué? ¿Cómo dices? ¡Ah, si, claro, me encantaría seguir bebiendo contigo! Me encantaría seguir viendo tus ojos verdes y cómo me sonries mientras buscas otro trago. Me encantaría seguir observando cada uno de tus movimientos y aspirando desesperada tu olor, tus feromonas, tu algo... Si, ese algo, ese algo pegajoso, empalagoso y mutilante que tienes, que va robandome poquito a poco pedacitos de mi misma. Y ni siquiera te das cuenta. Me encantaría seguir disfrutando del ciclo de tu incesante parpadeo, de tus descuidos y de tus torpezas. De tus abrazos, de esos besos en la mejilla que me das cuando te has pasado y has hecho que me enfade. Me gustaría mucho que siguiera siendo en mi en quien te apollaras cuando empiezas a ver doble, cuando estás muy cansado. Me gustaría que volvieras a acariciarme el pelo como aquella noche, que volvieras a cuidarme como aquella noche, que volvieras a mirarme como aquella noche. Sería cojonudo, cariño. Me encantaría poder dejar de adivinar el tacto de tu piel y poder sentirla, que tiene que ser mil veces más placentero. Me encantaría ser la que te acaricia la espalda, la que te ve dormir cada mañana. Me encantaría que dejaras de repetir que soy tu mejor amiga y que me comieras la puta boca de una vez, porque te aseguro que, a estas alturas, no voy a aguantar mucho más esperandote. Me encantaría poder exigirte cosas, como que me quisieras.
¡Joder, eso, eso es!
Que me quisieras a mi.
Que me quisieras a mi y que no la quisieras a ella."

2 ene 2010

Quizás...


Me gusta cuando fumas así. Cuando has bebido y te apoyas en la pared de ese mismo bar en el que hemos desperdiciado nuestras noches desde hace años. Me gusta porque pareces despistado, porque te das cuenta de que no eres feliz. De que estás vacío por dentro. Me gusta cuando te muerdes los labios y ves como el vaho sale de tu boca, perdiéndose en la oscuridad de la noche más fría del año. Entonces me ves y yo hago como que no te veo, y paso a tu lado y me rozas y no sonríes, aunque te quedas con las ganas... entonces me gusta como me miras. Me gusta como me miras a mí y no a otra. Porque siempre, siempre me miras a mi. Aunque no te des cuenta.
Me buscas en todas, en todas ellas. En todas esas chicas a las que engañas con tus manos y te llevas a tu habitación. A todas ellas a las que, al final de la noche, no quieres volver a ver. Esperas encontrar mis lunares en sus cuerpos y mis labios en su boca. Esperas que sea yo la que te susurre al oído, la que juegue con tu lengua, la que te haga desesperar, la que te vuelva un poco más loco que de costumbre, la que arañe tu espalda...
Lo esperas siempre, pero nunca lo consigues.
¿Por qué será?













Quizás porque todavía no 
te has atrevido a decirme nada..

Parad el mundo,
¡que me bajo!





Nubes


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